Debo confesar algo

y es algo que aún no le digo a nadie. El otro día pasé fuera de la ex casa de mis abuelos. A veces me gusta pensar que están dentro, los dos, preparándose para la víspera de Navidad, o cocinando pan amasado, mi tata en su taller, oyendo música clásica mientras salía ese aroma tan rico a madera recién cortada. Por eso es que no he querido ir a la casa de mi abuela, porque sería cerrar el ciclo, sería entrar y saber que ya no es la misma casa y que mi tata no vive ahí, que todos esos recuerdos quedaron en recuerdos y que ya no los voy a poder volver a vivir. Que ya no voy a ver a nadie trabajando la madera ni volveré a esconderme dentro del jardín hasta encontrarme con alguna abeja que me haga salir corriendo de ahí. Pero sé que debo ir, el tiempo pasa y las cosas cambian. Uno debe agradecer que pasaron y debo agradecer que aún me queda una abuela a la que puedo abrazar.

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