Desde pequeña, siempre indagó el sentido de la vida. Pasaba horas, días y noches encerrada en la biblioteca leyendo cualquier libro que contuviera aunque sea algún detalle sobre cómo lograr esa sensación de felicidad absoluta. Lo que aprendía no era tanto sobre el camino para llegar, sino de lo que pasaba cuando uno ya se topaba con ella: con la sonrisa eterna, la risa ineludible, y el amor en todo orden de la vida. Pero no llegaba a dar con la receta extraordinaria. Los años fueron pasando, y se fue yendo ese amor por la aventura, por el vivir y por el conocer; y solo quedo una joven desencantada, de mirada apagada y distante, con hábitos grises.
Hasta el día en que ese chico de cabello negro y margaritas le pidió pasar la vida juntos. Ella lo vió y supo que esos meses enteros dentro de la biblioteca no sirvieron para nada, que la búsqueda la venia haciendo en el sitio equivocado.
El sentido de la vida, carcajeó, nadie puede escribirlo, ni reproducirlo, porque nadie puede enseñarlo. Ni siquiera se comprende, porque eso involucraría saber justamente de qué se trata, y claro, todos conocemos lo que provoca en nosotros, pero no imaginamos qué puerta tocar o qué calle elegir.
Simplemente uno lo sabe.
Y ese día, el simplemente lo supo.
Él.
Es un maníaco de los detalles y un psicópata enamorado de las cartas escritas a mano. Solía ser un hombre muy distinto a lo que es ahora, tiene una cultura rallante en la locura . Este individuo de ojos oscuros admite haberse enamorado de unadama que toca el piano cada noche y que, al igual que las mujeres que el solía enamorar, tiene mil virtudes y secretos bajo su vestido de gala. Él tiene millones de pecados, todos ellos, conocidos por nadie . Pero el sentimiento hacia ella tiñe la ciudad de una magia que ni siquiera la más roja de las pecadoras va a poder reemplazar jamás . Se apoyó suavemente sobre el cuerpo de su querida y, escondiendo el rostro en su pelo, recorrió su cuello y sus hombros ; ella se atrevió a sonreírle. Era tan tímida, tan dulce . Él sintió que su corazón ardía con fervor . Movido por un arrebato, la besó . -Tengo que ir - le susurró al oído. Él refunfuñó. Finalmente, consintió en dejarla ir. Se cubrió con las sábanas: sin ella, el frío era des...
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