Cuando era más joven, veía personas de veintitantos años estar en las tiendas de café y pensé que deben ser tan felices ahora que son mayores y tienen sus vidas organizadas. Ahora soy yo la de los 24 años, y veo que la vida no baja la velocidad ni tampoco las cosas caen en su lugar y se acomodan porque uno ya está grande. Ser mayor es un grito desesperado diciéndonos que tenemos que hacer tiempo para detenernos a disfrutar ese café.

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