Siempre había pensado que el café sin azúcar es lo más horrible del mundo, pero me di cuenta que es como estar sola.
Al principio es un poco amargo y tienes muchas ganas de tirarlo porque sabe horrible; después solo sientes la esencia del café, la textura, el fondo, el café en su más básica expresión. Yo era el café y la gente era mi azúcar, cuando se fueron, no tenía sentido alguno, pero después me di cuenta que podía llegar cualquier persona que me quisiera sin necesidad de cambiarme ni de quitarme la esencia pura que tengo.
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