"Una noche junto a él"

Lo miré y habían muchos caminos por recorrer, de su oreja a su boca, de su boca a su cuello, de su cuello a su pecho, de su pecho a su ombligo y un poquito más. No eran kilómetros sino centímetros pero en cada parada un suspiro, por cada mordida un gemido y en cada mirada el delirio. Sonreí al verlo frente a mí. Me tomó de la mano y adentramos a la habitación, sábanas que invitaban a pasar, para comodidad de nuestros cuerpos. En un momento, sus labios tocaban mis labios y sus besos eran infinitos. La eternidad es un momento y ese momento fue oportuno para posar mis brazos sobre su cuello y mirarlo fijamente. Noté un par de arañitas al sonreír y lo besé, quise tocar esa sonrisa y sentir que era estar en sus labios. Sus manos tan inquietas rodeaban mi cadera y subían por mi cintura hasta toparse con mi piel. Me sonrojé pero sus manos eran cálidas y me provocaba tanto que mi corazón se aceleraba. La invitación a la cama se extendió y las sábanas se empaparon de amor. El placer de tener un cuerpo que no era del todo mío pero que daba paso a lo que todo el mundo habla. Y lo amé. Lo amé como la Luna ama la noche y las montañas aman el amanecer. Describirlo era inefable una mezcla de luz y sombra. Era bello aunque no lo aceptara. Lo era. No lo decía yo, lo decía mi alma que miraba a través de mis ojos grandes. Entre orgasmos y susurros, la noche se apagó y nuestros cuerpos unidos pertenecieron. Al amanecer, lo miré junto a mi. La felicidad es espectacular cuando está a mi lado. Sonreí. Verlo indefenso con la boca entre abierta era realidad. No quise interrumpir su sueño, y me pregunté mil cosas pero no tuve respuestas… Despertó, me atrapó observándolo y me sonrió. Y así, comenzó el mejor de mis días.

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