Carta

Nunca te llevé a que la adivina te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí.
Pero todo esto había que decirlo en su momento, solo que era difícil precisar el momento de una cosa.
Pero si hubiese estado ahí esa noche, como tantas otras veces, yo habría sabido que tus escritos tenía un sentido, y ahora en cambio envilecía mi fracaso llamándolo literatura.
Entonces te seguía de mala gana, encontrándote petulante y mal criado, hasta que te cansaste de estar cansado.
Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero.
Más tarde hubo razones, la adivina que mirándome la mano que había acariciado tu mejilla me repitió casi tus mismas palabras.
Un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil.
No estábamos enamorados, dibujabamos un amor virtuosismo desapegado y crítico, pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo.
Más de una vez lo vi admirar su rostro en el espejo.
Nunca pude resistir el deseo de llamarlo a mi lado, sentirlo caer poco sobre mí, desdoblarse otra vez después de haber estado tan solo y tan enamorado frente a la eternidad de su cuerpo.
En ese momento no hablábamos mucho de Santiago, el placer era egoísta y nos tapaba gimiendo con su frente estrecha, nos ataba con sus manos.
la irritación de estar pensando en todo eso y sabiendo que como siempre mucho menos pensar que ser, que en mi caso el ergo de la frasecita no era tan ergo ni cosa parecida.
Demasiado tarde, siempre, porque aunque jugaramos al amor, la felicidad tendría que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer.

Salir, hacer, poner al día... Poner al día, vaya expresión.
Hacer algo, hacer el bien, hacer pis, hacer tiempo, la acción en todas sus barajas.
Pero detrás de toda acción había una protesta, porque todo hacer significaba salir de para llegar a, o mover algo para que estuviera aquí y no allí, o entrar en casa en vez de no entrar o entrar en la de al lado, es decir que en todo acto había la admisión de una carencia, de algo no hecho todavía y que era posible hacer, la protesta de la parvedad del presente.

Es un poco así: hay líneas de aire a los lados de tu cabeza, de tu mirada,zonas de detención de tus ojos, tu olfato, tu gusto, es decir que andas con tu límite por fuera y más allá de ese límite no puedas llegar cuando crees que has aprehendido plenamente cualquier cosa, la cosa lo mismo que un iceberg tiene un pedacito por fuera y te lo muestra, y el resto enorme está más allá de tu límite y así es como se hundió el Titanic.

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez más la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos las bocas se encuentran y luchan tibiamente mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire liviano va y viene con un perfume viejo y un silencio.

Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo de fragancia oscura.
Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorver simultáneo del aliento, esa instántaca muerte es bella. Y hay un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Nos compromete, por decirlo con una de las grandes palabras que tanto empleábamos por ahí y en esos días.

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