Después de hablar por varios días, primero de forma intermitente y al final de forma compulsiva, reunió el valor para invitarme a salir, mi respuesta parecía haber acampado en la punta de la lengua esperando el momento oportuno de su pregunta. Llegué nerviosa y verle fue como salir de un día nublado al encuentro del sol radiante. Si hubiera escalado el Everest no hubiera sentido lo mismo al llegar a la cima que lo que sentí al saludarlo ese día. ¿Cómo explicarlo? —No le conocí —pensé sin poder dejar de sonreír ni de temblar mientras me daba ese primer beso en el cine —, le reconocí. Llevo años soñando con usted. No fue producto del enamoramiento, ni palabras que dicen uno para quedar bien, era tan cierto como que el sol sale todos los días. Es la única forma de explicarlo, la única forma de transmitir, a través de un razonamiento lógico, lo abrumador que era el amor que sentía por, para y hacia él.

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