Después de hablar por varios días, primero de forma intermitente y al final de forma compulsiva, reunió el valor para invitarme a salir, mi respuesta parecía haber acampado en la punta de la lengua esperando el momento oportuno de su pregunta.
Llegué nerviosa y verle fue como salir de un día nublado al encuentro del sol radiante. Si hubiera escalado el Everest no hubiera sentido lo mismo al llegar a la cima que lo que sentí al saludarlo ese día. ¿Cómo explicarlo?
—No le conocí —pensé sin poder dejar de sonreír ni de temblar mientras me daba ese primer beso en el cine —, le reconocí. Llevo años soñando con usted.
No fue producto del enamoramiento, ni palabras que dicen uno para quedar bien, era tan cierto como que el sol sale todos los días. Es la única forma de explicarlo, la única forma de transmitir, a través de un razonamiento lógico, lo abrumador que era el amor que sentía por, para y hacia él.
Mi muchacho
"El amor estaba ahí, cerquita, esperando que le hablara. Escondido en timidez, disfrazado de amistad.". Y es que no sabe lo emocionada que me pongo cada mes esperando los 13. Y si, a veces dejo esperar un poco para no parecer tan ansiosa, pero miro el reloj cada 12, esperando que ya comience a ser 13. Hay cosas que me gustan de usted con ganas. No hablo de las facciones de su rostro o la proporción de sus piernas. Tampoco hablo de la forma de sus ojos ni mucho menos de la forma en que sus manos se moldean a mi cuerpo cuando hacemos el amor, no hablo tampoco de su cuerpo cuando lo veo vestirse ni de como sus dedos se enredan en mi cabello cuando me toca. Hablo de cosas sencillas como, por ejemplo: me gusta la manera en que sonríe cuando se enoja y también cuando no lo está. Me gusta su mirada concentrada cuando estudia, sus lunares rodeando sus hoyuelos. Me gusta cuando me dice que estoy regalona y le doy toda la razón del mundo. Me gusta porque me ha convertido en alguien...
Comentarios
Publicar un comentario