Hablar con el muchacho.
escribió en su agenda.
Se lo había pedido su esposa, preocupada.
Los maestros se quejaban de su hijo: faltaba a clases, fracasaba una y otra vez en los exámenes, se mostraba irrespetuoso. Además, gastaba más dinero del que convenía a un chico de su edad. Y aquellas compañías....
Pero cosas del trabajo, la necesidad de triunfar en la vida, de no quedarse atrás. Se fue pasando el tiempo y nunca habló con él. Y de repente el tiempo se vino encima.
Cuando volvió a casa, con la espalda encorvada por el peso del sufrimiento y la vergüenza, entró en su cuarto y vio sus cosas.
Extrañas cosas todas, como extraño había sido su hijo siempre para él. Quizá pudo decir alguna vez que tenía un hijo, pero ciertamente su hijo no pudo decir jamás que tuvo un padre.
Y ahora en la cárcel, la acusación --probada-- de andar en cosas de drogas y de automóviles robados y la fotografía en los periódicos y las conversaciones que cesaban bruscamente cuando llegaba él.
Sintió de pronto la ausencia de aquel hijo, que ahora llevaba como una herida en la mitad del pecho. Se puso a revolver papeles viejos en busca de una fotografía que le diera al menos la imagen de un día pasado en familia felizmente. No encontró nada.
Sólo la hoja rota de una olvidada agenda, y en ella una inscripción borrosa por el paso de los años idos...
"Hablar con el muchacho".
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