Lo realmente inolvidable son sus labios. O él en el reflejo de mis gafas. He decidido quererlo a destiempo, acompasando su risa con mi torpeza, y descubro que hay un brillo ahí, donde abre los ojos y una sombra le recorre la mirada. Es tierno sin saberlo y loco por tener el control. No es de dar por cuenta propia abrazos espontáneos, pero bien que a veces le hacen falta. Yo le tomo la mano, sin embargo, a riesgo de enamorarme un poco más. Caminamos como si fuésemos prometidos, a cambio recibo una que otra confidencia. Su aroma me recuerda al invierno, no sé por qué. El invierno nunca lo he asociado con ningún perfume, pero creo que él es capaz de amoldarse a las estaciones. Juraría incluso que antes del otoño él ya olía a verano, y que aunque septiembre esté lejos todavía, ya tiene a la primavera creciéndole muy adentro. Habrá una selva en su cabeza, una nube de tormentas y mis oídos siendo pararrayos de sus palabras. Su electricidad no mata, sino redime. Hay un montón de lunares en su rostro y, mientras los voy contando, comprendo que si cierro los ojos voy a encontrarlo de nuevo. Infinito como el letargo. Trascendente como la historia. Lo realmente inolvidable es él mismo, con todo eso que trae.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Él.