Admiro a cualquiera que tenga las agallas para escribir lo que realmente siente.
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Mostrando entradas de octubre, 2017
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Gracias por tu tiempo. Gracias por las risas. Gracias por la confianza y la complicidad. Gracias por hacerme sentir bonita y por llenar tantos días de sonrisas bobas. Gracias por ese sobresalto que yo sentía cuando llegabas. Gracias por los cafés en tu compañía. Gracias por las noches en que vimos juntos la luna. Gracias por las sensaciones que estrené contigo. Gracias también por tu alegría que me contagiaba cuando mis días eran grises. Gracias por tu paciencia y por tu ciencia. Gracias vida por tu prudencia, por tu sentido del humor, por tu plática incesante. Gracias por los recuerdos.
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A veces uno amanece con ganas de extinguirse, como si fuéramos velitas sobre un pastel de alguien inapetente. A veces nos arden terriblemente los labios y los ojos y nuestras narices se hinchan y somos horribles y lloramos y queremos extinguirnos. Así es la vida, un constante querer apagarse y encenderse.
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Iban juntos por la calle sin tomarse de la mano. Sus ojos pedían a gritos abrazarse. Sonreían sin acabar inmersos en una noche de verano. Era tan puro lo suyo que nadie podía percibir su presencia. La luna les marcaba el paso, fiel compañero del amor; las luces de los autos junto con el reflejo de las vidrieras parecían complotar con la situación, haciendo de ella algo que jamás se volvería a repetir, haciendo de ella algo único. No había espectadores, eran dos entes invisibles, transparentes como fantasmas para los demás transeúntes. Pero desde el cielo luminoso, las miles de estrellas poseían la magia de poder ver y sentir lo que había entre la mirada de aquellos que se amaban. Desde allá arriba, ellas miraban con celos y con temor; tenían miedo que ellos dos, desde allá abajo, sean más eternos que ellas.
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Nadie se “separa”. Las personas se abandonan. Esa es la verdad, la verdad verdadera. El amor podrá ser reciproco, pero el fin del amor no, nunca. Los siameses se separan. Y no, tampoco: porque solos no pueden. Los tiene que separar otro, un tercero: un cirujano, que corta por el medio el órgano o el miembro o la membrana que los une con un bisturí y derrama sangre y la mayoría de las veces, dicho sea de paso, mata, mata a uno, por lo menos, y condena al otro, al sobreviviente, a una especie de duelo eterno, porque la parte del cuerpo por la que estaba unido al otro queda sensibilizada y duele, duele siempre, y se encarga de recordarle siempre que no esta ni va a estar nunca completo, que eso que le sacaron nunca podrá volver a tenerlo.
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Se sentía triste. No entendía bien el porqué, o mejor dicho, no sabía cuál era, porque entre todas las cosas que andaban mal en su vida ninguna era demasiado grande para justificar que se sienta de esa manera. Porque la tristeza es mucha, tanta que por más que haga fuerza no puede llorar, como si esa angustia que le hunde de afuera hacia adentro tuviera manos que se aferran a su corazón, negándose a salir. Estando triste toda la cuidad se teñía de un color gris oscuro y las caras de las personas en la calle eran borrosas como fotografías fuera de foco. En las salas de cine se buscaba las películas más populares, las que convocaban a la mayor cantidad de espectadores, pero aún así, sentado en medio de ellos, se descubría sola, habitando un planeta de otra galaxia.
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Por cada palabra que sale de mi boca, hay unas seis que nunca salen de mi cabeza. Y no desaparecen, meramente se quedan esperando que la próxima vez sean las elegidas. Las que tuvieron la suerte de ser vomitadas por mi boca llegan hasta usted, para abrazarle como dos amigos que no se ven hace tiempo, como el reencuentro entre un padre y un hijo, luego de estar peleado por un largo tiempo. Pero eso nunca va a pasar, porque aquellas palabras que me guardo, aquellas que no digo, que no largo, son las más hermosas que pudiera un ser en esta tierra imaginarse, las más puras que pude crear. Y si las tiene, me va a tener a mí. Ese día, por favor, cuideme mucho.
Carta al pasado
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Es la primera carta que finalmente decido escribirte, esperando que llegue a tiempo, aunque para mí siempre llegará un poco tarde, cuando ya no servirá. Me siento muy rara y me resulta chocante sentarme frente a unas hojas en blanco con una lapicera y suplicar en silencio para que la termines leyendo, para que me leas, y para que te leas a ti misma en unos años. Es increíble al principio, pero te juro que es verdad. Si aún te quepa duda alguna, te pido que termines de leer esta carta para comprender que soy yo, la consecuencia de 24 años en este mundo. Algo temerosa, poco sociable, romántica cuando la conocen a fondo y definitivamente con una gran esperanza, busco que estas palabras, las mías, logren atravesar el tiempo, que vuelvan al pasado y caigan en tus manos. Anhelo con todo mi corazón burlar la vida para que ambas seamos felices. Vas a sufrir, pequeña. Vas a sufrir mucho, vas a desesperarte y llorar, y no encuentro otra manera de decírtelo. Endulzar esta verdad no sirve de nada ...
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Me gustan las cosas simples de la vida, un buenos días, un te extrañe, un detalle tan simple como un dibujo o una canción. Disfruto una charla amena de cualquier cosa trivial, pero que me haga sentir que nos podemos conectar a través de algo tan pequeño. Quisiera conocer gente pues la soledad ya no me agrada. Prometo una linda conversación y muchos abrazos bonitos.
Estás con alguien porque lo eliges.
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El recuerdo más bonito del invierno
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Lo realmente inolvidable son sus labios. O él en el reflejo de mis gafas. He decidido quererlo a destiempo, acompasando su risa con mi torpeza, y descubro que hay un brillo ahí, donde abre los ojos y una sombra le recorre la mirada. Es tierno sin saberlo y loco por tener el control. No es de dar por cuenta propia abrazos espontáneos, pero bien que a veces le hacen falta. Yo le tomo la mano, sin embargo, a riesgo de enamorarme un poco más. Caminamos como si fuésemos prometidos, a cambio recibo una que otra confidencia. Su aroma me recuerda al invierno, no sé por qué. El invierno nunca lo he asociado con ningún perfume, pero creo que él es capaz de amoldarse a las estaciones. Juraría incluso que antes del otoño él ya olía a verano, y que aunque septiembre esté lejos todavía, ya tiene a la primavera creciéndole muy adentro. Habrá una selva en su cabeza, una nube de tormentas y mis oídos siendo pararrayos de sus palabras. Su electricidad no mata, sino redime. Hay un montón de lunares en su...
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No sé porqué me habré enamorado tanto de él, probablemente por la facilidad que tenía para hacerme reír cuando estaba presente. O la sonrisa tan linda que aún tiene. No entiendo. Él no era el tipo de hombre que se enamora o que se abría del todo a las personas, pero varias veces me demostró un poco de sus emociones y me sentí extrañamente especial.