¿Qué se siente saber que aún si te arreglas y te maquillas para lucir bonita nunca lo serás? — Me dijo Francisca, sin siquiera tartamudear. Me miré al espejo, tenía unos grandes ojos, con una nariz torcida adornada con un muy pequeño lunar, un gesto de vergüenza en la boca, un rostro totalmente desequilibrado que ansía cambiar, un cuerpo rechonchito que se tapaba bajo una enorme camiseta, respiré profundo, cerré los ojos y volví a mirar. ¿Sabe que vi? Vi una mujer que ha pasado por muchísimas cosas y que ha sabido salir adelante. Vi una chica que, a pesar de su timidez, le gusta interactuar con gente y le gusta explayar arte en sus momentos a solas. Vi a alguien que desde los 10 años que ha querido hacerse una rinoplastia, sabiéndose fea, pero a pesar de eso, se ha mantenido dándose ánimo a pesar de querer cambiar tanto. Vi a alguien que le cuesta encontrar lo malo en la gente. Vi a alguien que había superado golpes de quien supuestamente la amaba. Vi a alguien que aprendió a estar sola. Vi a alguien que ha caminado mucho, sin necesidad de llegar a un campo grande laboral. Vi a alguien que conoció el amor, aunque sea a sus 24 años. Vi a alguien que, a pesar de ser muy niña, si aprendió mucho en el camino. Vi a alguien, con ganas de vivir, de crecer y dar amor. Vi a alguien capaz de muchísimas cosas. Mi corazón se detuvo. Al fin, a mis casi 26 años, pude ver al espejo... y ver a alguien.

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Él.