Entre el diminuto espacio que se cuela entre segundo y segundo... tú.

“Que estoy deseando volver a enredarme en tus brazos”
Y ésta vez, eran las ocho de la tarde y amaneció.
No era un amanecer cualquiera.
Era el amanecer de un lunes de tormenta en el que todavía no había salido el sol.
Y sonreí… y me acordé de sus brazos y de la dulzura de sus manos sobre mi piel… y desde entonces todavía brilla el sol en mi cuarto.

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