Tan solo eran las 6 de la tarde

y el atardecer pintaba el cielo naranja.
Caminamos cojidos de la mano hasta llegar a la banca más próxima.
Él se sentó y yo me senté en sus piernas.
Hablamos un poco de todo, tonterías que se convertían en grandes cosas tan solo con pronunciarlas él, besos, caricias y miradas.
Entre cada una de estas, solía quedarme embobada mirando sus ojos que se iluminaban con el reflejo de la luz.

Era una sensación agradable inundarme en ellos y conseguir olvidarme hasta de mi nombre.

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