Entonces me miró.
Yo creía que me miraba por primera vez.
Pero luego, cuando dio la vuelta por delante del velador y yo seguía sintiendo sobre el hombro, a mis espaldas, su resbaladiza y oleosa mirada, comprendí que era yo quien le miraba por primera vez.
Dejé el celular a un lado. Lo dejé cargando, antes de hacer girar mi cuerpo sobre la cama. Después de eso lo vi ahí, como había estado todas las noches, parado junto al velador, mirándome. Durante breves minutos estuvimos haciendo nada más que eso: mirándonos. Yo mirándole desde la cama, haciendo equilibrio en mis pensamientos. Él de pie, con una mano larga y quieta sobre el velador, mirándome. Le veía los párpados iluminados como todas las noches. Fue entonces cuando recordé lo de siempre, cuando le dije: “Te amo”. Él me dijo, sin retirar la mano del velador: “Eso. Ya no lo olvidaremos nunca”.
Salió de la órbita, suspirando: “Te Amo".
He escrito eso por todas partes.
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