Querido tata: Hay cosas que siempre se me salen de las manos porque, aunque no las viva, la vida es bien dura. Hoy es veinticinco de Diciembre y supongo que sí existe otra vida, estará usted tomando su té como tanto le gustaba. Ojalá, espero yo, que se tome uno en mi nombre. Tata, esta no es una carta de despedida y mucho menos una de esas que le escriben los nietos cuando ya no está. Esta, aunque no lo crea, es una de los tantos silencios en que cada persona ha querido gritar y no ha podido. La gente dice que siempre las cosas pasan por algo, pero ese algo es una cosa que no he podio digerir; es una cosa, a fin de cuentas, que siempre duele. Sabe Dios si es que el dolor existe, pero que crean los que creen en él. Yo, en cambio, le veo a diario en mis cuatro paredes que siempre me abriga. Le veo en cada paso que doy y siento que usted me levanta. Le veo, en serio, en cada persona que me quiere hacer daño y usted me salva. Querido Tata: la vida sin usted; como la de muchos, nunca será igual si no me da ese abrazo que era capaz de hacerme olvidar todo. Lo siento, le extraño. Muchísimo.

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