He estado pensando mucho el día de hoy. De hecho, no he dejado de pensar desde que desperté por la mañana. Incluso, en todo el rato que duró mi rutina de música y estudio, estuve dándole vueltas a una cosa. Escuchaba Chopin mientras los pensamientos iban cayendo uno por uno como piezas de puzzle. Llegué a la conclusión de que con usted tendría una vida muy placentera. Eso pienso. Es tonto, pero así lo siento. Se preguntará por qué. Pues sencillo, porque actúa con mucha mayor madurez que yo. No da problemas ni anda con cara de nalga por la vida. Aunque algo no le guste, siempre me sonríe. Lo hace saber de una manera un poco más precisa y sutil, pero no se enoja. No reclama. Es bueno, no me grita. Conmigo, a veces, en privado, se queja, y lo agradezco. Me gusta cuando lo hace. Adoro saber lo que siente Y simplemente hoy le escribo porque, leyendo un libro hace dos semanas, pensé, «con él todo iría bien. Siempre tan atento. Siempre tan amoroso. Siempre para mí». A veces pienso que no le merezco. Que debería dejar que alguien mejor ocupe mi lugar. Quizá le dolería mucho nuestra separación, pero encontraría a alguien que le curara las heridas y le hiciera feliz siempre. A veces pienso en ello, pero luego viene ese yo posesiva y celosa que no le quiere soltar. Y es que la verdad no me imagino sin usted. O quizá no quiero hacerlo porque, ¿qué sería de mí sin usted? ¿Unos años más sumida en un agujero, escribiendo otro libro? En ocasiones me veo y llego a la conclusión de que soy como la ballena más solitaria del mundo. Esa que sólo sabe comunicarse en una frecuencia. Que va nadando por todo el mundo, lanzando mensajes por aquí y por allá, pero sin recibir nunca respuesta. Quizá yo sufro lo mismo que esa ballena. Voy por la vida intentando encontrar a la persona ideal, a mi pareja perfecta. Pero pido tanto, que al final no obtengo respuesta y me quedo sola. No sé… A veces pienso mucha estupidez y me vengo abajo. Porque soy frágil, ¿sabes? Muy frágil. La gente no lo sabe, pero es así. Soy como una vieja taza de cristal que con el mínimo golpe me quiebro. Pero claro, como la gente no distingue entre el cristal y el vidrio, pues es fácil confundirlo. Por eso los que me rodean piensan que soy fuerte, muy fuerte. «¡Oh!, todos salen con colegas/amigos y tu te vas al cerro sola, comes sola y no te importa ¡Qué chica más fuerte!». Todos los hombres que han estado conmigo, por ejemplo, al final siempre se van, pero, «sigues en pie después de tantas rupturas. ¡Oh, qué fuerte eres!», dicen. Así que siempre soy fuerte. Vaya tontería, ¿no? Y a decir verdad, me cuesta demasiado amar. Y de todos los hombres con los que he salido, sólo he amado a uno. Usted es ese uno, por supuesto. Y el último, cabe aclarar. Y sinceramente, me gustaría que fuera el último de mi vida. Si usted se fuera, no sé qué pasaría conmigo, ya lo he dicho antes. Nunca esperé enamorarme de usted, sólo quería conocerle, salir. Pero por algún motivo algo se torció en el camino y terminé enganchada a sus manos. Que no está mal. Y ahora no deseo soltarme. No quisiera nunca soltarme. Si estuviera condenada a pasar toda mi vida aferrada a sus manos, no me quejaría. Gustosa, cumpliría mis días de condena sujeta a ellas. Dormiría en su pecho y cada día al amanecer, observaría cómo sale el sol por el este de sus piernas. La vida sería mucho más sencilla a su lado. No es que lo sepa. Es sólo que así lo siento. Una seguridad que no puedo explicar me lo dice.

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