Y he aprendido (a veces por las malas) de que todo lo bueno, se tarda en llegar. La vida te prueba, a veces años, a ver cuanto lo quieres, por eso es que no me preocupa esperar, 5 o 10 años por la familia mía que tiene que llegar, en algún momento, cuando la vida y Dios lo disponga; debo admitir que me gusta ese proceso, antes de ponerle un nombre fijo a la relación, amo eso de afiatar la relación, conocerse, amarse y, sin importar que tan difíciles se pongan las cosas, irse jamás sea una opción (ni siquiera una sola vez). La vida siempre me ha enseñado a esperar por mis sueños, incluso ahora con mis estudios, me prueba, me frustra, me lleva al punto de anhelarlo, con ganas, para que así cuando llegue, aprecie lo que tengo, no por el hecho de ser una profesional, sino por el sudor que compone detrás de eso. Un título no cambia lo que eres, sino que te ayuda a tener lo que quieres. Y yo solo quiero una vida tranquila, llena de amor y espiritualidad. Y debo admitir que, lo que tengo, no lo cambio por nada, me ha costado sudor y lágrimas llegar hasta donde estoy, con los que estoy, me llevó millones de cartas, escritos, rezos y años poder encontrarme con él, me ha costado tiempo de darle a mi familia para incrementar el amor, me costó romperme el corazón para valorar lo que soy por dentro, me ha costado perder la esperanza para encontrar la espiritualidad y el amor, así como muchas otras cosas. Nada me viene fácil, pero pucha que vale la pena lo que se queda.

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