Mientras apartaba mi cabello del hombro donde apoyaba su barbilla notó que temblaba.

Era un temblor mecánico y minúsculo que tintineaba en cada vértice de mi piel.
Adivinaba que era parte de mi misma y de mi existencia, no era consecuencia del frío.
- ¿Por qué tiemblas? - preguntó preocupado.
- ¿Cómo? - contesté pausadamente.
- He notado que no tienes un estado quieto. Incluso parada o dormida convulsas suavemente, como si se te hubiera metido un terremoto por las venas.
- O un pajarito carpintero – reí dulcemente.

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