Voy a empezar escribiendo sobre el defecto de amarlo, de porqué me convertí en esto que soy, de las razones por las que dejé toda mi vida a un lado para ponerlo a él al frente. Como el capitán de la embarcación, pero aquella vez era el comandante de mis alas. El que guiaba hacia dónde ir, el que predecía el mal tiempo. Y tormenta era verlo volverse loco y llorar como si nunca hubiese sentido la felicidad. Algunas tardes sus manos tiritaban y yo cogía un poco de mi fuego interno y las llevaba hacia mi barriga. Él me sonreía y yo parecía entender la vida. Nos acurrucábamos como dos abuelitos que se quieren sin decirse nada y esperan algún día morir juntos. Él a veces decía "Te amo" en persona, en cambio, yo se lo dije trescientas cuarenta veces con la mirada. Me rugía el alma por saber el misterio que guardaba detrás de esas pestañas. Si era capaz de prenderle fuego a la lluvia o si era de aquellos que salían a ser parte de ella. Un día, mientras estábamos en la fogata, él con una cerveza en la mano, me dijo: lo mío es ser alguien. Una estrella, quizás. Y yo le repetía, algún día podrás brillar como una. Jamás leyó en mi mirada que para mí él ya era una, en cambio él siempre vio en mí un enorme asteroide que se acercaba cada vez más hacia él, con más fuerza, con más rapidez, con más violencia. Lo vi desnudo y lo vi dormido. Vi cuán invencible era cuando se quitaba la ropa y cuán vulnerable era cuando dormía. Lo vi en todas sus facetas. Siendo un animal y siendo un humano. Siendo otoño y siendo huracán. Vi más allá de lo que cualquiera se hubiese conformado ver. Y sentir. Cada día, al paso de las horas, mi amor por el crecía, pero también crecía el detestar su libertad. Empecé a no quererlo tanto, porque yo sabía que habían sentimientos momentáneos suyos que prefería no contar. Porque él era todo lo que yo jamás me atreví a ser. Lo amé. En sintonía. Se desató una tormenta en mí y empecé a escribir. Cada vez más y mejor. El personaje principal era él, a veces con nombre de amigos, otras veces era un ser abstracto. Pero siempre llevaba su nombre incrustado en las características. Entonces, yo fui asteroide y él una roca que, a raíz del colapso, se convirtió en estrella. Esto es para ti, que siempre fuiste lo que nunca llevé a cabo y en mi sexta vida te regalé la séptima. Para el chico que miraba todo, cuando todas mis miradas eran para él. Dicen que para que el mundo acabe tienes que contar hasta tres y cerrar los ojos, pues, déjame decirte que, mi mundo, sí, ese mundo tan pequeño que un día le enseñé bajo las costillas, estalló al tercer beso mientras la tarde caía, cuando mis labios empezaron a recitarle las caricias que él había dejado en mí y todas las letras que me había dejado para escribir.

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